martes, 3 de agosto de 2010

Día de lluvia en Nikko

29/07/10

Omi de nuevo al teclado.

Nikko es una ciudad muy bonita, con un patrimonio cultural impresionante. Pero tuvimos muy mala suerte y no dejó de llover en ningún momento; íbamos en tirantas y sin paraguas, y en cierto momento acabamos como sopas y muertas de frío (no porque hiciera frío sino por la lluvia, en verdad). De todas formas le pusimos voluntad y vimos algunos templos y sitios que aparecen destacados en todas las guías. No hice tantas fotos como quería por la simple razón de que se me mojaba la cámara nueva y no era plan.

Anduvimos más de media hora desde la estación por una calle cuesta arriba hasta el punto de referencia que nos habían indicado en el centro de información, un precioso puente sagrado rojo:



Eso y las indicaciones de una miko (chica vestida de rojo y blanco que sirve en los templos) nos ayudaron a llegar a la entrada del parque nacional de Nikko, dentro del cual se encuentran los sitios que hay que visitar sí o sí. Es precioso, pero como nota negativa te hinchas a subir escaleras. Con deciros que llegó un momento en que veíamos una escalera larga de piedra y nos reíamos… Tras pagar un bono de 1000 yenes que nos permitía ver casi todos los monumentos, fuimos hacia el templo Rinnoji, el más importante de Nikko. Estaba parcialmente en obras pero aún así nos pareció impresionante:



Fue fundado por Shodo Shonin, un monje budista que introdujo el budismo en Nikko allá por el siglo VIII. Como de costumbre, no pudimos hacer fotos dentro, en los altares ni a las imágenes de culto, pero es imposible no hablar de tres estatuas enormes recubiertas de oro que hay en el edificio principal, y representan a Amida, Kannon de los mil brazos, y Kannon de la cabeza de caballo.

Luego nos dirigimos al mausoleo de Ieyasu Tokugawa, el Toshogu, un complejo con una docena de templos distintos decorados con infinidad de colores, oro y grabados de todo tipo, algo único en Japón ya que los templos no suelen ser tan recargados. Las imágenes hablan por sí solas:





Tuvimos que pagar otra entrada para ir a ver el famoso grabado del gato durmiendo, y para nuestra sorpresa resultó ser bastante pequeño, aunque muy bonito. Se considera un tesoro nacional:



También me llamó la atención el friso de los tres monos, uno tapándose los oídos, otro los ojos y otro la boca. Son un símbolo de la inocencia de la infancia, durante la cual los niños no deben ver nada malo, oír nada malo ni decir nada malo. Es una de las escenas dentro de una colección que representa las diferentes etapas de la vida desde el nacimiento.



Supuestamente en el Toshogu había un establo con un caballo sagrado al que no conseguimos ver a pesar de que a esa hora tendría que haber estado en el templo. De todas formas nos hizo gracia el concepto de “caballo sagrado” en sí. Y había tantos niños que la verdad me alegro de que el caballo no tuviera que padecerlos…
Subimos hasta el monumento funerario del señor Ieyasu, que sinceramente podría haber escogido un lugar más bajo para ser colocado porque no llegamos hasta mil escaleras después. Tuvo guasa que después de subir tan arriba no hubiera ni un triste cartel en inglés contando algo acerca del hombre, sólo uno en japonés. Pero bueno, es lo bastante famoso como para no desesperarse en la ignorancia… Aquí estamos delante del lugar:



Después del Toshogu vimos otro templo que había sido mandado construir por el nieto del señor Tokugawa, Iemitsu. Pero a esas alturas estábamos chorreando y medio muertas así que os dejo una foto de una de las pocas cosas que fotografiamos, un precioso dragón encima de una puerta que nos recordó al de El Viaje de Chihiro:



Salimos del parque y cuando estábamos intentando buscar el camino de vuelta a la estación o un bus, vi este autocar que me hizo mucha gracia… ¿puede un autocar que va al aeropuerto ser simpático? En Japón sí…



Anduvimos otro rato y acabamos bastante mojadas, y cuando peor estábamos vimos una tienda, compramos un paraguas y el dependiente, ultra-agradable, nos orientó y nos enseñó un libro que tenía sobre el Museo del Prado en japonés. Con sus indicaciones conseguimos encontrar al menos el bus que nos ahorró una buena caminata. No lo habíamos cogido a la ida porque teníamos metido en la cabeza que era muy caro, pero a la vuelta nos costó muy poco… qué tontas…

Cerca de la estación, comimos en un sitio de yakitoris en el que el dueño era menos japonés que nosotras (un indio), y nos fuimos a coger el tren de Nikko a Utsunomiya. Qué mal lo pasamos en ese tren. Nada más entrar en el vagón vimos un señor tendido, dormidísimo, que seguramente no se había ni coscado de que Nikko era la última parada. Entró una limpiadora a darle un barridito al tren y cuando vio al bello durmiente se le quedó una cara que era un poema, como diciendo “hala, mira éste, pero no me atrevo ni a desespertarlo”. Qué risa… El señor hizo el trayecto a la inversa con nosotras sin despertarse, y no sabemos si de verdad se pasó de parada o se dedica a dormir en los trenes. Para colmo, se nos sentó delante un japo guapísimo, pero vamos cosa mala. Sin duda tenía lo peor que se despacha en cara en este país, era feo pero feo de película de risa, feo de Humor Amarillo cuando dicen lo del chino Cudeiro. Es que no era una persona fea que tú la ves y dices, bueno en fin. Era feo de campeonato, con sus gafas, una sonrisa que parecía grapada a ambos lados, una barbilla horrible, lleno de lunaracos negros, con las encías y dientes hacia afuera; y encima se colocó un sombrero ridículo a mitad de camino. No podíamos mirarlo sin reírnos, hasta tal punto que tuvimos que hacernos las dormidas para no mirarlo, y al final Elfe se durmió de verdad… Qué pena no haber sacado una foto, pero es que era imposible y además tengo mi cámara en gran estima.

Y no hay mucho más que contar de ese día, tras otro buen lote de tren y shinkansen llegamos a casa.

1 comentario:

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