domingo, 1 de agosto de 2010

Honke Bankyu Ryokan

28/07/10 - 29/07/10

Omi de nuevo.
Cuando nos bajamos del bus nos quedamos de piedra. ¡Menudo sitio! Un señor salió a recibirnos a nosotras y a otra pareja y, tras confirmar quiénes éramos diciendo el apellido de Elfe, nos guió al interior del ryokan. Nada más entrar nos descalzamos y nos pusimos unas zapatillas que nos dejaron allí, olvidándonos de nuestros zapatos hasta el día siguiente.
Allí nos recibió una señora con cara de buena gente, ultra-amable, que nos brindó una bienvenida espectacular. Se puso a tocar este tambor varias veces para celebrar nuestra llegada:



Luego nos acompañó a la habitación, y ahí llegó el segundo shock. Enorme. Pero grande de verdad, dividida en dos compartimentos; toda de tatami. Por tanto, había que quitarse las zapatillas y pisarla descalzo. Nada más entrar nos fijamos en un sillón de masaje que estaba allí para usar a nuestro antojo:



Al lado había un tocador con su lavabo y su espejo, y al otro lado una puerta donde estaba el inodoro (nos llevó un ratito encontrar el WC porque eso de tener bañera, lavabo y váter separados tiene su guasa). El cuartito del váter tiene sus propias zapatillas, y lo que es el aparato en sí tiene la taza calentita (para que uno no pase frío en el culete), además de una colección de botones de lo más curiosa (función chorrito y otras cosas graciosísimas):



También teníamos un baño con su bañera de piedra japonesa (es decir, bastante honda); no lo usamos por razones que entenderéis más adelante, pero era digno de ver:



Y la habitación principal, con su mesa y sus sillas, y donde de noche se extienden los futones:



Más fotos de otros rincones de la habitación:



Entramos en la habitación con la señora y nos pidió que nos sentáramos en sendos cojines a los lados de la mesa; ella se sentó en medio y nos sirvió una taza de té verde a cada una, que por cierto (Neko míoooo, me acordé de ti) no estaba nada mal, menos fuerte de lo que esperaba. Luego apuntó a qué hora preferíamos cenar (seis o seis y media, horario japonés total) y desayunar; nos informó de todo lo que había que saber, nos enseñó un folleto que venía en inglés etc. Quedamos en bajar a las seis y media y cuando la señora se fue nos pusimos a recorrer la habitación y sacar fotos como locas (las de arriba).
Éstas eran las vistas desde nuestra ventana, nos quedamos fascinadas al ver el puente colgante y el río justo debajo:



Nos pusimos los yukatas de “estar por casa”, que eran preciosos, e hicimos algunas fotos más:





Para ir a cenar había que atravesar el puente e ir al segundo edificio. La verdad, aquello se meneaba un poco pero conseguimos hacernos más fotos y pasarlo sin accidentes:







Al entrar en el edificio donde estaba el comedor pasamos por una alfombra roja. No sé cómo explicarlo; cada detalle en este sitio está cuidado al milímetro, te sientes como una reina:



Por fin llegamos al comedor y nos sentamos en la mesa con nuestro nombre, entre reverencias y saludos por parte de las diversas señoras a cargo. La mesa no era una mesa en sí. Había dos cojines sobre los que sentarse de rodillas, y al lado de cada cojín, no delante, una mesita con su bandeja repleta de comida. Delante nuestra lo que había era un hogar japonés, un rectángulo de arena con bastante profundidad y en medio unas brasas alrededor de las cuales ya se estaban tostando varios pinchitos de comida, por ejemplo sardinas.





La cena fue un auténtico festín; vamos no había forma de comerse todo eso. Y por si fuera poco, los camareros, que eran chicos y chicas franceses (ni idea de cómo llegaron allí, uno me dijo que estaban de prácticas), no hacían más que traer platos y tazas con sopas y cosas varias. No identificamos ni la tercera parte de lo que había en todos esos platos, pero la verdad yo me arriesgué y comí bastante. Fue gratificante descubrir sabores desconocidos.





No sólo nos ponían de comer; una de las amabilísimas señoras se pasaba de cuando en cuando y nos preguntaba cómo estaba todo, o nos explicaba cómo comer tal o cual cosa (no es tan sencillo). Me llamó la atención una paleta de madera que había estado al calor de las brasas y tuvimos que raspar con una espátula para comernos la carne (¿era carne?) que contenía. Estaba muy buena pero no me preguntéis el nombre…

De postre había dos cosas, y te las servían las dos. Una era una bandeja con fideos muy finos y fríos de diversos colores, y la otra un helado de no sé qué pero que estaba riquísimo y nos ayudó a digerir el banquete. Foto de los curiosos fideos-postre:



También tomamos sake para acompañar la comida; estaba bien calentito y bueno.

Después de un rato bastante largo, durante el cual se nos durmieron los pies infinidad de veces (no sabíamos cómo ponernos en el cojincito ese…) volvimos al otro edificio y sacamos alguna foto más. Un señor nos preguntó si habíamos visto no sé qué cosa fuera; no lo entendí muy bien pero se ofreció a guiarnos, y salimos del ryokan tras él, pero no sin antes cambiar nuestras zapatillas por unas con suela de madera para el exterior. Nos dio una especie de farolillo con una vela en el centro y nos condujo a otro lugar, en esa misma calle, donde habían puesto decenas y decenas de velas y un altar al final; también había sitios para colgar deseos escritos en tiras de papel de colores; y escribimos los nuestros. Fue un momento mágico de luz y silencio:





Al volver al ryokan y la habitación descubrimos que habían movido la mesa de sitio y habían extendido los futones.



Pero no podíamos olvidar que estábamos en un onsen, un lugar con baños termales, así que pillamos nuestras bolsitas de aseo y toallas y bajamos al primer nivel del edificio, a nivel del río. Antes de entrar a los baños (separados por sexos, claro) hay que seguir todo un proceso; por suerte no pasamos tanta vergüenza porque fuimos de las primeras en usarlos. Primero hay que quitarse toda la ropa y ponerla en unos cestos que hay en una estantería. Luego, con una toalla minúscula como única “protección”, hay que pasar a la sala de las duchas, sentarse en unas banquetitas y hacer uso de los múltiples champús y jabones (era genial):



Una vez limpitas, entramos en el baño termal de interior. Nunca me acostumbraré a la impresión que da el agua, a cuarenta y pico de grados, al meter los piececitos. Es como si te fueran a cocer a lo gamba. Pero una vez que entras, se soporta al menos durante un rato:



Después de pasar un ratito de relax en ese baño, salimos, nos echamos agua fría en las duchas y decidimos explorar el baño exterior (rotenburo). Para mi gusto, lo mejor de todo. Un baño excavado en piedra, amplio, desde el que se veía el cielo, el río, las montañas. De hecho, podías tener medio cuerpo dentro del agua y el otro medio reclinado sobre una roca notando la fina lluvia que caía sobre la cara. Un verdadero gustazo. Conseguí sacar una foto antes de que viniera más gente en bolas (no es plan), pero no es muy allá la foto, en realidad impacta más:



No pudimos aguantar tanto tiempo como queríamos porque se nos empezó a poner la piel roja por todas partes y costaba hasta respirar pasados unos quince minutos. Pero decidimos irnos a dormir y volver muy temprano a la mañana siguiente, para aprovechar los baños al máximo. Antes de vestirnos hicimos uso del secador e infinidad de potingues para cuerpo, pies, cara etc. que había a nuestra disposición. Limpias y totalmente relajadas, nos fuimos a la habitación. Decidimos aprovechar el sillón de masaje, un auténtico lujo la verdad. Nuestros pies respiraron con alivio después de tantos días de paliza sin fin. A las diez y media estábamos fritas en nuestros respectivos futones (como curiosidad, la almohada parecía que estaba llena de bolitas pero resultó cómoda).

A la mañana siguiente nos despertamos a las seis y media para volver a hacer uso de los baños. Ya había mucha claridad fuera así que pudimos ver el rotenburo tanto de noche como de día. Terminamos nuestra última sesión de onsen con una ducha fría para no pasar el día entero adormiladas. No sabéis cómo atonta el cuerpo el agua tan caliente, acabas como un zombie (un zombie feliz).

Tras vestirnos, nos fuimos a desayunar esperando que la comida de por la mañana fuera un poco más reconocible desde el punto de vista occidental. Ni de fe. Udón, salmón, sopas y un sinfín de cosas japas que además había que coger porque si no se le hacía un feo a la señora. Como esto:



La verdad es que el tazón de arroz por la mañana lo agradecí durante el resto del día, que fue muy duro. Después de comer llegó el triste momento de la partida. Con todo el dolor de nuestro corazón, pero descansadas y contentas, pagamos la multa (bastante elevada, pero teniendo en cuenta todo lo que disfrutamos merece la pena) y, siguiendo las indicaciones de otra señora muy amable, nos hicimos una foto con unos kimonos ceremoniales que tenían allí. ¿A que es total?



Luego cogimos los buses y trenes hasta Nikko. Y lo de Nikko lo cuento en la próxima entrada. ^_^

2 comentarios:

Elena dijo...

Qué chulo todo no? El puente me ha recordado a Glass Mask. lol Y la habitación está genial.

Anónimo dijo...

*Neko llora desconsoladamente*

T_____________________________T

Que sepais que os odio muchisimo....pero todo desde el amor más profundo y la envidia más insana...digoooo...sana, sana....

QUE CHULADA!

En serio, como no hayais disfrutado eso, os caerá una maldición horrible, eh XD?

Seguid pasándolo asi de bien....al menos para que nosotros podamos seguir soñando con cosas asi T.T.

Un besoteeeee

Neko =^^=

P.D: Je, nena, yo sabia que el té te iba a gustar :P.....